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Una de las principales preocupaciones del señor Jenner era cómo curar la viruela, una enfermedad grave y contagiosa que en algunos casos podía provocar incluso la muerte.
Una enfermedad parecida menos grave, conocía como la viruela de las vacas, provocaba una erupción en las ubres de las vacas. La gente de entonces sabía que era posible contagiarse de esta enfermedad ordeñando las vacas, pero también era bien conocido que si había una epidemia de viruela humana, conocida por algunos como la viruela mala o viruela común, las lecheras eran las que menos enfermaban.
Esto despertaba gran curiosidad en el señor Jenner, que no se explicaba por qué las personas que estaban más expuestas al virus de la viruela de las vacas eran las que menos probabilidades tenían de contraer la viruela humana cuando había una epidemia.
La curiosidad del señor Jenner se incrementó el día que oyó a una lechera del pueblo decir:
-Yo no cogeré la viruela mala porque ya he cogido la de las vacas.
En ese momento, el señor Jenner tuvo la sensación de que estaba a punto de dar con la solución a la viruela mala. Jenner observó que, efectivamente, las lecheras de vez en cuando se contagiaban de la viruela de las vacas y que cuando esto pasaba no se infectaban de la viruela mala cuando había un brote.
El señor Jenner estaba seguro de que el secreto estaba en esa primera infección.
-De alguna manera, cuando las personas sufren las consecuencias del virus de la viruela de las vacas quedan a salvo de enfermar de viruela común -pensó el señor Jenner.
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Fue así como nació la primera vacuna, llamada así precisamente por tener su origen en un virus transmitido por las vacas. Gracias a este descubrimiento el señor Jenner salvó miles de vidas en su tiempo y abrió el camino para que otros científicos e investigadores inventaran más vacunas que han salvado la vida a millones de personas hasta hoy y que seguirán haciéndolo siempre.
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